¿Seré lo suficientemente bueno/a? ¿Estará enfadado/a conmigo?
¿Llegaré a tiempo?
¿Por qué no me contesta? ¿Aprobaré
ese examen?...
Éstas y otras muchas preguntas son las que nos están rondando
constantemente por nuestra cabezota una y otra vez... Sin descanso, nuestra
mente siempre está dispuesta a condicionarnos, a meternos miedo, a preocuparnos
por lo que ocurrió o lo que ocurrirá, por lo que dijo o dirá el vecino... No
nos deja en paz y nosotros estamos ahí para reforzarla todavía más, hacerle
caso y dejar que siga haciendo de las suyas.
¿Y no os resulta un poco absurdo? Al
fin y al cabo, nos pasamos la vida dándole vueltas a lo que ya ocurrió y por otro
lado, preocupándonos por lo que aún no ha sucedido. Esta anticipación de
acontecimientos nos genera ansiedad, angustia, miedo... lo que nos lleva a
estar muy desconectados con lo que nos ocurre en el presente, con las señales
que nos envía nuestro cuerpo, con lo que pasa por delante de nuestros ojos...
Así que solo nos queda una opción: volvernos personas constantemente
preocupadas, estresadas y miedosas.
Por este motivo, la mente puede convertirse en nuestra peor
enemiga sin apenas darnos cuenta. Por ejemplo, cuando nos sentimos tristes
siempre tendemos a escuchar música melancólica, a mirar fotos pasadas, a
recordar momentos que nos duelen... todo esto conlleva a que caigamos en una
espiral de tristeza que nos va deprimiendo cada vez más. Nos centramos en lo
que pudo ser y no fue, en lo que podría ser pero no lograré y el resultado es
obvio: no lo conseguimos. También podemos tener miedo a enfrentarnos a alguien
o a algo y simplemente no hacerlo por vergüenza o falta de coraje... Detrás de
esta falta de actuación siempre está la misma charlatana: nuestra mente.
Pero ¡ojo! la mente también puede ser nuestra mayor aliada y
amiga, esa que nos diga que tenemos fuerzas para conseguir todo aquello que nos
propongamos. La mente humana es tan poderosa que aunque todo falle, ella estará
ahí para seguir dándonos ánimos, fuerzas y hacer que nunca perdamos la
esperanza. Que se convierta en nuestra aliada sólo depende de nosotros. Tenemos
que levantarnos cada mañana con la idea de que nos vamos a comer el mundo y de
que nadie ni nada nos va a quitar esa sonrisa tan bonita que tenemos. Parece
fácil, ¿verdad?
Es obvio que la mayoría de personas vivimos a toda prisa, pensando
en lo que ya hicimos y en lo que queremos hacer en un futuro sin plantearnos
que existe un presente, el que estamos viviendo, lo que estamos haciendo... Y
confieso que resulta muy complicado salir de este círculo y parar esos
pensamientos, incluso a veces resulta inevitable. Es en este punto donde
me gustaría hablaros del mindfulness,
o lo que es lo mismo: atención plena.
¿Qué es el mindfulness y cómo puedo practicarlo?
Mindfulnes significa estar presente y consciente en un momento
determinado, se trata de que cuerpo y mente se sincronicen totalmente en un
instante de realidad presente. Es una cualidad propia de todos los seres
humanos y ha sido motivo de estudio principalmente en el paradigma
oriental.
Para mí mindfulness es el puente hacia una paz que reside más allá
de actividad mental, es el puente que nos lleva a la confianza y a la bondad
propias del ser profundo. Es como despertar tu esencia. Se basa en técnicas de
meditación, y os preguntaréis ¿cómo
puedo hacerlo?
Una manera muy sencilla para comenzar es fijándose vivamente y
plenamente en un objeto o proceso que está sucediendo en ese preciso momento
(respiración, risas, sonido del agua...). En primer lugar cerraremos los ojos y
tomaremos consciencia de nuestro cuerpo empezando por los dedos de los pies
hasta llegar a los brazos. Nos concentraremos en el fluir de nuestra respiración
y notaremos como se relaja el cuello, la cabeza, las manos... Abre los ojos:
bienvenido al aquí y al ahora. No juzgaremos, ni nos plantearemos el por qué de
la existencia de lo que nos está acompañando en ese momento. Simplemente
deberás observarlo como si fuera lo único importante para ti. Por ejemplo,
puede ser una flor: observa su forma, su textura, sus colores, su olor... sin
plantearte nada más, simplemente observa y déjate sentir.
Quizá estés pensando que es un poco absurdo, pero la realidad es
que no. Aquí se haya la (mí) solución para ponerle barreras a nuestros
pensamientos catastróficos, a nuestras preocupaciones, a nuestros
miedos... De esta manera tan sólo nos centraremos en la realidad actual y la
podremos disfrutar. Saborea el sol, deja que la brisa te acaricie, que los
olores te impregnen, que los sonidos te hablen... Elimina tus miedos, tu
angustia... y ¡dale gracias a la vida! Observa ese objeto centrándote en
todo lo que actualmente puedes sentir sin querer controlarlo, sin querer cambiar
nada, sólo siéntelo y observa. ¿Dónde lo sientes? ¿Cómo es esa sensación?... ¡Céntrate en el aquí y el ahora y
disfruta!.